EL
HOMBRE DE LA CAMISETA CALADA
Yo lo llamaría el Guardián del Umbral. Cierto es que los que se dedican a las ciencias ocultas entienden por Guardián del Umbral a un fantasma recio y terribilísimo que se le aparece en el plano astral al estudiante que quiere conocer los misterios del más allá. Pero mi guardián del umbral tiene otra catadura, otros modales, otro “savoir faire”.
¿Quién no lo ha visto?. ¿Cuál es el
ciego mortal que no lo ha advertido al guardián del umbral, al hombre de la
camiseta calada?. ¿Dónde pernocta el ciego mortal que no ha notado todavía al
ciudadano que plancha el umbral, para que yo se lo muestre vivo y coleando?.
Es uno de los infinitos matices
ornamentales de nuestra ciudad; es el hombre de la camiseta calada . Dios hizo a la planchadora, y en cuanto la
planchadora salió de entre sus manos divinas con una cesta bajo el brazo, Dios, diligente y sabio,
fabricó, a continuación, al guardián del
umbral, al hombre de la camiseta
calada.
Porque todos los legítimos esposos de
las planchadoras usan camisetas caladas. Y no trabajan. Cierto es que buscan
trabajo. Y que ellas se acostumbran a que él trabaje en el trabajo de buscar
trabajo: pero el caso es este. Usan camiseta calada, y hacen la guardia en el
umbral.
¿Quién no lo ha visto pasar?.
¿Cuándo aparecerá el Charles Lous Phillie que describa nuestro
arrabal tal cual es!. ¡_Cuándo aparecerá
el Quevedo de nuestras costumbres, el Mateo Alemán de nuestra picardía,
el Hurtado de Mendoza de nuestra vagancia!.
La planchadora se casó con el hombre
de la camiseta calada cuando era joven y linda. Labio como flor de granada y trenza abundosa.
Bajo el brazo la cesta envuelta en media sábana.
El también era un guapo mozo. Tocaba la
guitarra que era un primor. Vivían en el conventillo. El mozo pensó bien antes
de decidirse: La madre de la muchacha tenía el taller. Pensó tan bien que
después de un amorío con guitarra y versitos del extinto Picaflor Porteño,
se casaron como dios manda. Hubo baile,
felicitaciones, regalos de bazar, y la “vieja” enjugó una lágrima.
Cierto es que el muchacho no es malo, pero
le gusta tan poco trabajar... Y las viejas que hacían círculo en torno de la
damnificada comentaron:
-
¡Qué se le va a hacer, señora!. Los jóvenes de hoy son
así...
Y sí, son tan así que a la semana de haberse casado, el
hombre de la camiseta calada empezó a
alegar y luego se espetó a la suegra: y la vieja, que se moría por lo del
abolengo, porque había sido cocinera de un general de las campañas del
desierto, le aceptó, refunfuñando al principio, y así, un día y otro, el hombre
de la camiseta calada le fue esquivando
el cuerpo al trabajo, y cuando se acordaron madre e hija ya era tarde; él se
había apoderado del umbral. ¿Quién lo sacaría de allí?
Había tomado jurídica y prácticamente
posesión del umbal. Se había convertido automáticamente en guardián del umbral.
Mañana tras mañana. Crepúsculo tras
crepúsculo ¡Qué linda vida la de ese ciudadano!.
Se levanta por la mañana tempranito y le ceba un mate a la
damnificada, diciéndole: Luego de haber mateado a gusto, y cuando el solicito
se levanta, va al almacén de la esquina a
tomar una cañita, y de allí tonificado el cuerpo y entonada el alma,
toma otros mates, pulula por el taller de lavado y planchado para saludar a las
“oficiales”, y más tarde se planta en el umbral.
A
la tarde duerme su siestecita, mientras su legítima esposa se desloma en la
plancha. Y bien descansado, lustroso, se levanta a las cuatro, toma otros mates
y vuelta al umbral , a sentarse, a mirar pasar la gente y a darse esos
interminables baños de vagancia que lo hacen cada vez más silencioso y
filosófico.
Porque el hombre de la camiseta calada es filósofo. Bien lo dice
su mujer:
- Tiene una cabeza... pero... – Ese “pero” lo dice todo.
Nuestro filosofante es el Sócrates del barrio. El es el que interviene cuando
se producen esos líos descomunales; él es quien consuela al marido burlado, él
es quien convence a un calabrés de que no cometa un homicidio complicado con el
agravante del filicidio; él es quien, en presencia de una desgracia, exclama
siempre patéticamente:
Habla poco y sesudamente. Tiene la sabiduría de la vida y la
sapiencia que concede la vagancia contumaz y alevosa, y por eso es en todo
barrio, con su camiseta calada y su guardia en el umbral , el matiz más
pintoresco de nuestra urbe.
Aguafuertes
Porteñas
Roberto
Arlt
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