jueves, 15 de marzo de 2012

El hombre de la camiseta calada. Roberto Arlt.


EL HOMBRE DE LA CAMISETA CALADA



            Yo lo llamaría el Guardián del Umbral. Cierto es que los que se dedican a las ciencias ocultas entienden por Guardián del Umbral a un fantasma recio y terribilísimo que se le aparece en el plano astral al estudiante que quiere conocer los misterios del más allá. Pero mi guardián del umbral tiene otra catadura, otros modales, otro “savoir faire”.


¿Quién no lo ha visto?. ¿Cuál es el ciego mortal que no lo ha advertido al guardián del umbral, al hombre de la camiseta calada?. ¿Dónde pernocta el ciego mortal que no ha notado todavía al ciudadano que plancha el umbral, para que yo se lo muestre vivo y coleando?.

Es uno de los infinitos matices ornamentales de nuestra ciudad; es el hombre de la camiseta calada . Dios hizo a la planchadora, y en cuanto la planchadora salió de entre sus manos divinas con una  cesta bajo el brazo, Dios, diligente y sabio, fabricó, a continuación, al guardián del  umbral,  al hombre de la camiseta calada.

Porque todos los legítimos esposos de las planchadoras usan camisetas caladas. Y no trabajan. Cierto es que buscan trabajo. Y que ellas se acostumbran a que él trabaje en el trabajo de buscar trabajo: pero el caso es este. Usan camiseta calada, y hacen la guardia en el umbral.

¿Quién no lo ha visto pasar?.

¿Cuándo aparecerá el  Charles Lous Phillie que describa nuestro arrabal tal cual es!. ¡_Cuándo aparecerá  el Quevedo de nuestras costumbres, el Mateo Alemán de nuestra picardía, el Hurtado de Mendoza de nuestra vagancia!.

La planchadora se casó con el hombre de la camiseta calada cuando era joven y linda.  Labio como flor de granada y trenza abundosa. Bajo el brazo la cesta envuelta en media sábana.

El también era un guapo mozo. Tocaba la guitarra que era un primor. Vivían en el conventillo. El mozo pensó bien antes de decidirse: La madre de la muchacha tenía el taller. Pensó tan bien que después de un amorío con guitarra y versitos del extinto  Picaflor Porteño,

se casaron como dios manda. Hubo baile, felicitaciones, regalos de bazar, y la “vieja” enjugó una lágrima.

Cierto es que el muchacho no es malo, pero le gusta tan poco trabajar... Y las viejas que hacían círculo en torno de la damnificada comentaron:

-        ¡Qué se le va a hacer, señora!. Los jóvenes de hoy son así...

Y sí, son tan así que a la semana de haberse casado, el hombre de la camiseta calada  empezó a alegar y luego se espetó a la suegra: y la vieja, que se moría por lo del abolengo, porque había sido cocinera de un general de las campañas del desierto, le aceptó, refunfuñando al principio, y así, un día y otro, el hombre de la camiseta calada  le fue esquivando el cuerpo al trabajo, y cuando se acordaron madre e hija ya era tarde; él se había apoderado del umbral. ¿Quién lo sacaría de allí?

Había tomado jurídica y prácticamente posesión del umbal. Se había convertido automáticamente en guardián del umbral.

Mañana tras mañana. Crepúsculo tras crepúsculo ¡Qué linda vida la de ese ciudadano!.

Se levanta por la mañana tempranito y le ceba un mate a la damnificada, diciéndole: Luego de haber mateado a gusto, y cuando el solicito se levanta, va al almacén de la esquina a  tomar una cañita, y de allí tonificado el cuerpo y entonada el alma, toma otros mates, pulula por el taller de lavado y planchado para saludar a las “oficiales”, y más tarde se planta en el umbral.

          A la tarde duerme su siestecita, mientras su legítima esposa se desloma en la plancha. Y bien descansado, lustroso, se levanta a las cuatro, toma otros mates y vuelta al umbral , a sentarse, a mirar pasar la gente y a darse esos interminables baños de vagancia que lo hacen cada vez más silencioso y filosófico.

Porque el hombre de la camiseta calada es filósofo. Bien lo dice su mujer:

- Tiene una cabeza... pero... – Ese “pero” lo dice todo. Nuestro filosofante es el Sócrates del barrio. El es el que interviene cuando se producen esos líos descomunales; él es quien consuela al marido burlado, él es quien convence a un calabrés de que no cometa un homicidio complicado con el agravante del filicidio; él es quien, en presencia de una desgracia, exclama siempre patéticamente:

Habla poco y sesudamente. Tiene la sabiduría de la vida y la sapiencia que concede la vagancia contumaz y alevosa, y por eso es en todo barrio, con su camiseta calada y su guardia en el umbral , el matiz más pintoresco de nuestra urbe.



Aguafuertes Porteñas

Roberto Arlt


Aguafuertes porteñas. Roberto Arlt.

Las aguafuertes muestran retazos de la vida cotidiana en la ciudad de Buenos Aires con humor e ironía.
Roberto Arlt , a través de sus “Aguafuertes Porteñas” y con sus descripciones, nos brinda una mirada que va más allá de una visión fotográfica de la realidad y de sus personajes. Describe su aspecto básico y agrega más detalles, explicando su conducta, al punto de casi postular teorías.

El autor

Roberto Arlt, (1900 – 1942, Buenos Aires, Argentina), fue un escritor, dramaturgo y periodista. Es conocido por sus retratos fehacientes de personajes típicos de la realidad argentina en el momento de la gran oleada de inmigrantes. Algunas de sus obras más conocidas son: “El juguete rabioso” (novela, 1926), “Los siete locos” (novela, 1929) y “Los lanzallamas” (novela, 1931). Durante el tiempo en que trabajó escribiendo crónicas de viajes para el diario El Mundo, lanzó las “Aguafuertes españolas” (1936).

Personajes y lugares de Buenos Aires

Debido a su ojo periodístico descubre personajes insólitos de la sociedad porteña: los chicos que nacieron viejos, el hombre de la camiseta calada, el hombre que necesita ladrillos, el “furbo”, la muchacha del atado, el siniestro mirón, el hombre que “se tira a muerto”, el hombre corcho, el que siempre da la razón, el hermanito coimero, el enfermo profesional, entre otros.
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De estos personajes logra extraer teorías que aún hoy siguen teniendo validez. Estas figuras son parte de la vida y son fácilmente identificables de acuerdo a las descripciones que realiza el autor.
Por ejemplo, dice: “Hay un tipo de hombre que no tiene color definido, siempre le da a usted la razón, siempre sonríe, siempre está dispuesto a condolerse con su dolor y a sonreír con su alegría, y ni por broma contradice a nadie, ni tampoco habla mal de sus prójimos, y todos son buenos para él, y, aunque se le diga en la propia cara: `¡Usted es un hipócrita!’ es imposible hacerle abandonar su estudiada posición de ecuanimidad.” ¿Quién no se ha cruzado con un personaje de este tipo en Buenos Aires?
En los relatos, aparecen nombrados y descriptos varios lugares de la ciudad: el jardín botánico, la avenida Corrientes, el barrio de Flores, el Parque Rivadavia, entre otros.

Estilo

Arlt poseía una visión crítica de la realidad. En sus palabras, no se limitaba a tener una vida contemplativa sino que hacía críticas (a veces explícitas, otras disfrazadas bajo una irónica formalidad) y observaciones sobre todo aquello que lo rodeaba.
“Para amenizar este espectáculo y darle la importancia lírico-sinfónica que necesitaba, acompañaban los interlocutores su discusión de esas palabras que, con mesura, llamamos gruesas, y que forman parte del lenguaje de los cocheros y los motormans irritados”, dice en una de sus aguafuertes.
Su forma de escribir, tan natural, hace que la lectura sea muy fluida, provocando que el lector pase páginas y páginas, aguafuerte tras aguafuerte sin percatarse de que lo está haciendo. Esto se puede adjudicar a su capacidad para atrapar y obligar a seguir leyendo sus irreverentes y acertadas descripciones de la sociedad porteña y sus personajes.

 

Lenguaje coloquial versus lenguaje culto

Arlt utiliza un lenguaje coloquial (salvo excepciones en las que su prosa se convierte en pomposa con el objetivo de ser irónica y crítica) que ayuda a la antes mencionada fluidez de sus textos.
El autor practica una defensa a ultranza de la utilización del lenguaje coloquial y corriente. En su aguafuerte “El idioma de los argentinos” hace una fuerte crítica a los que reprueban el lenguaje coloquial que hablan los argentinos, el “lunfardo”.
Su observación hacia los críticos del idioma argentino es ésta: “Yo me jugaría la cabeza que usted, en su vida cotidiana, no dice: `llevó a su boca un emparedado de jamón´, sino que, como todos diría: `se comió un sandwich´. Demás está decir que todos sabemos que un sandwich se come con la boca, a menos que el autor de la frase haya descubierto que también se come con las orejas". Arlt y sus aguafuertes son un testimonio, que no ha envejecido ni lo hará, de la idiosincrasia porteña.


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